jueves, 30 de julio de 2009

Lazo de seda

La leve cinta nos ata
liga mi amor al suyo
-fuerzas intermitentes-
presiona, empuja,
cede o asfixia seda
surca una senda, traza
espirales inciertas en el aire
sólo de humo se conforman
nebulosas
sus diabólicas y angélicas
furias de transparencia
y enlazan en secreto cada punto
como un broche de piedra que reluce
aquí y allí esto y lo otro
el yo, y él, tú,
nido desnudo nadas
cera de suaves lazos
firme
sólo la tersa hora: él, el
tiempo, flexible línea
como junco que el viento no derriba
aunque sople tremendo en las junturas
viscosidad dorada que me cerca
cuando acerca mis huesos a los tuyos
en un reposo inesperado.

La dulcísima aguja no sutura.

jueves, 23 de julio de 2009

Afinidad

(Entre Dante y Empédocles)


No te inclines delante de mí:
no soy más que una sombra, tú no eres
nada más que una sombra
que tiene ante sus ojos a otra sombra.
Y sin embargo tanto
es el amor que sientes
que puedes abrazar
este, mi cuerpo de humo
como si fuese sólido,
olvidándolo todo.

No te inclines, amor
porque yo he sido
ya muchacha y muchacho
he sido el árbol duro
el pájaro y el niño
que pescaba en el agua enturbiada de sangre
pequeños peces mudos.
También he sido el pez
y aquel brillante potro que nadie habría domado
he sido cada forma
del racimo de seres
en la esfera del mundo.
Y has sido tú
tú, sombra,

otra vez,
cada vez,
cuerpo de éter y nube
en cada vuelta,
el freno y los motores que empujan estas ruedas,
la perdición que encubre gozar de la fortuna,
la razón de la farsa,
la intención y la pura
inocencia dormida.
No te inclines
no olvides
lo licuado en los círculos
cuando la piedra cae
y todo se ilumina.
Sé la fuente,
sumérgete del todo y
hunde mis pies primero:
ahógame y olvídame.
Y olvídate, eres sombra
sólo la aurora
está obligada a regresar
a contemplar su rostro verdadero
en el espejo nítido del agua de los ríos.

martes, 21 de julio de 2009

Plegaria

Cuando mi lengua te predica silenciosa
nunca ocurre que no desciendas
como lo hace la lluvia sobre la juventud del césped.
La copiosa maravilla de tu nombre
con reflejos sigilosos me bendice.
Si te invoco, es porque delante de tí jamás me aparto
de ese compás secreto que me anima.
Cuando mis enemigos acechan en el sueño
y apuntan con el filo de sus armas
hacia el cuenco de mi pecho ennegrecido
vuelven tus ojos peregrinos de la niebla
a derramar el brillo de aquél día.
Ya no puedo temer
amo el temblor de tu cercano corazón
entre mis dedos fríos.

Mantras

Duerme
ahora que una luz rosada, sigilosa
desmaleza de a poco el cielo y amanece
sobre los techos húmedos, opacos
con fantasmas de hollín, atrapados en altas
chimeneas inútiles.
Deja escapar el aire entre los labios
apenas entreabiertos
deja intuir la danza de sus pupilas claras
inquietas bajo suave lasitud de los párpados
que siguen esa música que viene desde el fondo
apagada, monótona, confusa.

El dorso de la mano soporta la mejilla enrojecida
las piernas se repliegan como antes de nacer
y sus hombros se hunden
entre paños rugosos y colores de otoño
las flores de la manta: negro, siena, verde de hojas
secas, de musgo en la corteza de algún árbol
que veo desde aquí. Llueve
despacio como quien repta en el sueño
las gotas atraviesan las rendijas
del postigo y se alinean
tráslucidas al borde de la alfombra
cuyo dibujo bordan, en un cinabrio oscuro.
Amanece lloviendo y mientras duerme
se prepara el latido de otro mundo
lejano a las palabras que me dijo o le dije
intentando abrazarlo.

Repito
mi nombre mientras duerme
lo digo para mí, para saberlo
cuando vuelva la noche o se ensañen las lluvias
o despierte o me muera
sin pronunciar la frase
que podría salvarnos
a las puertas de un arca
que atraviese el pasado o el diluvio.

Idea

"Una idea es como un pájaro invisible.
Lo que percibimos es el temblor de la rama que acaba de abandonar".
Lawrence Durrell

Bajo esta luz tan tenue
me restriego las manos
¿cuándo fue que mudaron
de la infantil blancura
hacia este paisaje
de venas y de surcos?
¿qué hábitos del tiempo
dan formas a las formas
momifican los cuerpos
sin aviso?
Así
apenas núbil
me quedará tu imagen
si me guardo
y esquivo
la tentación fatal de convocarla
en la alta angustia de la noche
tan puntual enemiga
que cerca y arrincona
-cada vez más exacta-
este pálido sol
que se alza y derrumba
sobre la breve línea
que es confín de la isla.
Veo cimbrear las ramas
con sus pendientes frutos
el corazón se vuelca
como un licor festivo
parpadeo
pero no hay mar aquí
no está el sonido
rayo de la promesa o la amenaza
no se divisan
unos ojos astrales ni dormidos
velo y desvelo
de aquellos cuerpos que el verano arrebataba.
El fulgor de la tarde
se desplaza
fundido en este frente
de moradas tormentas
hacia un lugar lejano e invisible
donde el pasado amor
se difumina
como la sombra alucinada
que proyecta
el batir de las alas de un pájaro impensable,
el temblor de su fuga.

lunes, 20 de julio de 2009

Acuarios

"Aún en sueños te me has negado
y enviado sólo a tus doncellas"

Ezra Pound

Esa noche lloramos
al compás de los copos minuciosos
de la nieve temprana
detrás de la ventana que mira al campo,
al viento huracanado
y sus caprichos,
frente al fulgor escurridizo
de las viejas estrellas suspendidas
en un paño de oscuro raso azul
iluminado por el frío.
Y en ese cuarto
el fuego ardía
invariable y
legítimo
por vez primera,
avivado por
la intensidad inútil
de las palabras tuyas
sosteniendo
mis huesos agotados. Y
tus párpados
vencidos por el sueño
fueron restos o
rastros,
materia íntima
de mi más largo viaje.

sábado, 11 de julio de 2009

La rosa del desierto

Extienda o no las manos hacia el cielo
se adormece llorando,
esta arenosa pena
la ovilla en sus cristales.
Resplandece
abierta en pétalos de piedra
será,
-ya ha sido-
la dolorosa flor del infortunio
humillada de sol,
esta sedienta rosa
a la que el tiempo y su látigo incesante
modelaron con rígida belleza
sobre el desahucio de un paisaje solitario. Será
-ya ha sido-
la lejana mezquita, las tormentas
y la guerrera que conquista, al fin,
la desmesura del olvido
como una fuente que expulsa su agua pura
sobre el oro que tapiza
el suelo del desierto.

La ruta de la seda

La turba de las ferias es un perfume vago
adormecido en el fondo del báculo
que las manos de un monje abrieron en Bizancio,
capullo donde abdica la crisálida
en pos de un hilo fino que platearán las lunas
y ha de dorar el sol, con el sólo reflejo
del oro verdadero,
lisa hebra delgada que sellaría
la imposible amistad de Oriente y Occidente,
el tráfico de gentes y de naves
desde el surco remoto de la historia
hasta el mar conocido por nosotros,
Ego sum. Mare nostrum.
Ciudades como umbrales, como grietas
Estambul o Bizancio, Constantinopla
También Esmirna, Anatolia
o la oceánica Mármara, la envilecida Ankara
en lenguas tan sonoras, que respiran la música
la maldición babélica se invierte
(bendice ahora su boca al pronunciarlas).
Baba, lazo, opalino cristal
levedad destinada a brillar sobre el cuerpo
escondida en el vientre de un gusano,
esa forma carnal que asume el tiempo
cuando horada, preciso, la materia porosa
y paciente y fatal, devora todo:
él, yo, las tiernas hojas de un árbol de morera.
Puente, línea delicadísima entre orillas adversas,
catalepsia del ego y sus deseos
teje la suavidad en el telar del mundo,
señálame en sus mapas con tus líneas punteadas.