lunes, 23 de agosto de 2010

Antigüedades

Esa muñeca antigua no recuerda mi infancia
no la trae inequívoca, sobreviviente
(no retorna con signos ni evidencias)
en mi infancia, las muñecas ya eran viejas
aún puedo recordar, reconociéndolas
las babas de pegamento en las suturas,
y el golpe fatal que se llevó cada pequeña astilla
a un océano de aguas tan mezquinas
como el plano que recortan dos baldosas:
la muñeca de infancia
la raída,
vencida o arrastrada por fuerza de la escoba
humillada otra vez por los zapatos
o por la nada, que se arremolina y se asienta
viscosa, en los sumideros del olvido.
Sí, en mi infancia
ya empezaban a romperse las cosas,
ya intentaban decirme
-aunque en voz baja, todavía-
nada te pertenece,
salvo esos restos abandonados por los otros
traza inestable, lábil
de hilos de pegamento,
suturas ciegas,
algo tristes
-como todo más tarde-
pretenciosas.

martes, 10 de agosto de 2010

Polos

Para echarte de mí
bastan los rostros transparentes
-como niños que acaban de morir-
que exhiben tus guardianes
a las puertas del palacio cristalino que esconde
tu cuerpo que se enfría
mientras corren los ríos hacia el valle
que nunca visitamos.
Para apartarte,
lejos de este jardín ensombrecido
de ramas retorcidas y malezas,
basta el dedo esquelético que hilaba  las cortinas
cubriendo las ventanas con pigmentos de sangre,
el manto de la madre de los sueños ligeros,
la bebida que espesa el infortunio
en el fondo de un cáliz.
Alcanza con el canto extraño de los mirlos,
con la agotada espuma que dio a luz a Afrodita
-que nunca ha sido niña-
y desnuda y deseada se ofrece ante los dioses
que pecan como hombres, detrás de su belleza.
No es necesario más,  para que ocupes
el oculto hemisferio de un mundo compartido:
allí no viajarán mis ciegos navegantes
ni han de llegar aquí tus cartógrafos necios.
Basta ver esta danza interrumpida
el tiempo, anillo serpenteante que liga cada día con el próximo
conteniendo el pasado y se proyecta
-como una inmensa nube que ha de rasgarse en breve-
y hará que las mareas
arrasen las orillas enfrentadas, opuestas
y nadie acerque, entonces,  mi nombre ni mi suerte
a tu oído expectante
de hombre que se cobija bajo tejados rotos
cuando ruge,  en su esplendor,  el aguacero.