sábado, 11 de julio de 2009

La rosa del desierto

Extienda o no las manos hacia el cielo
se adormece llorando,
esta arenosa pena
la ovilla en sus cristales.
Resplandece
abierta en pétalos de piedra
será,
-ya ha sido-
la dolorosa flor del infortunio
humillada de sol,
esta sedienta rosa
a la que el tiempo y su látigo incesante
modelaron con rígida belleza
sobre el desahucio de un paisaje solitario. Será
-ya ha sido-
la lejana mezquita, las tormentas
y la guerrera que conquista, al fin,
la desmesura del olvido
como una fuente que expulsa su agua pura
sobre el oro que tapiza
el suelo del desierto.

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