La turba de las ferias es un perfume vago
adormecido en el fondo del báculo
que las manos de un monje abrieron en Bizancio,
capullo donde abdica la crisálida
en pos de un hilo fino que platearán las lunas
y ha de dorar el sol, con el sólo reflejo
del oro verdadero,
lisa hebra delgada que sellaría
la imposible amistad de Oriente y Occidente,
el tráfico de gentes y de naves
desde el surco remoto de la historia
hasta el mar conocido por nosotros,
Ego sum. Mare nostrum.
Ciudades como umbrales, como grietas
Estambul o Bizancio, Constantinopla
También Esmirna, Anatolia
o la oceánica Mármara, la envilecida Ankara
en lenguas tan sonoras, que respiran la música
la maldición babélica se invierte
(bendice ahora su boca al pronunciarlas).
Baba, lazo, opalino cristal
levedad destinada a brillar sobre el cuerpo
escondida en el vientre de un gusano,
esa forma carnal que asume el tiempo
cuando horada, preciso, la materia porosa
y paciente y fatal, devora todo:
él, yo, las tiernas hojas de un árbol de morera.
Puente, línea delicadísima entre orillas adversas,
catalepsia del ego y sus deseos
teje la suavidad en el telar del mundo,
señálame en sus mapas con tus líneas punteadas.
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1 comentario:
¡hermoso, Inx, es la misma idea, posta!
besossss
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