Duerme
ahora que una luz rosada, sigilosa
desmaleza de a poco el cielo y amanece
sobre los techos húmedos, opacos
con fantasmas de hollín, atrapados en altas
chimeneas inútiles.
Deja escapar el aire entre los labios
apenas entreabiertos
deja intuir la danza de sus pupilas claras
inquietas bajo suave lasitud de los párpados
que siguen esa música que viene desde el fondo
apagada, monótona, confusa.
El dorso de la mano soporta la mejilla enrojecida
las piernas se repliegan como antes de nacer
y sus hombros se hunden
entre paños rugosos y colores de otoño
las flores de la manta: negro, siena, verde de hojas
secas, de musgo en la corteza de algún árbol
que veo desde aquí. Llueve
despacio como quien repta en el sueño
las gotas atraviesan las rendijas
del postigo y se alinean
tráslucidas al borde de la alfombra
cuyo dibujo bordan, en un cinabrio oscuro.
Amanece lloviendo y mientras duerme
se prepara el latido de otro mundo
lejano a las palabras que me dijo o le dije
intentando abrazarlo.
Repito
mi nombre mientras duerme
lo digo para mí, para saberlo
cuando vuelva la noche o se ensañen las lluvias
o despierte o me muera
sin pronunciar la frase
que podría salvarnos
a las puertas de un arca
que atraviese el pasado o el diluvio.
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